La radiación cósmica aumenta hasta unos 20 kilómetros de altura.

Desde el universo llegan continuamente ondas electromagnéticas que conseguimos captar mediante instrumentos como los radiotelescopios. Los telescopios normales no permiten ver además las señales que el espacio nos envía, incluso cuando las señales que vemos en la bóveda celeste han tardado miles de años en llegar a nuestro planeta, por lo que puede darse el caso que el cuerpo celeste no exista ya. Esto no es todo: la Tierra es continuamente bombardeada por miles de millones de velocísimas partículas subatómicas. Estas partículas rodean nuestro planeta formando una especie de rosquilla de miles de kilómetros de espesor máximo formado de varias franjas superpuestas que sólo dejan libres las regiones de polos magnéticos.

   Las primeras pruebas de la existencia de los rayos cósmicos se obtuvieron a finales del siglo XIX. Hasta entonces no se habían formulado al respecto vagas e inciertas hipótesis y no se conocía todavía su naturaleza y procedencia. Inicialmente algunos científicos supusieron que se trataba de aire  y que tal vez eran partículas de origen terrestre.

   La investigación de los rayos cósmicos había comenzado a penas. Quedaban todavía muchos puntos por esclarecer: ¿Cuáles son sus características? ¿Cómo se distribuyen sobre la superficie terrestre? ¿Qué los produce?

   Las respuestas a estas preguntas son recientes. La primera característica observada fue la gran capacidad de penetración de la radiación cósmica, ya que ésta logra penetrar sin ninguna dificultad placas metálicas de gran espesor, enormes masas de hielo, volúmenes de agua de muchos kilómetros de profundidad y estratos de roca.

  Por últimos se ha observado que la radiación cósmica aumenta hasta unos 20 kilómetros de altura y luego decrece entre los 20 y los 50.

FUENTE ENTESPA

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